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De dónde son los cantantes

El decimero Juan Antonio Alix bendijo a Listín Diario.

Lo bautizó como “El simpático”, cuando estampó una feliz dedicatoria en su colección de espinelas tituladas “Los mangos bajitos”.

Sin embargo, Listín Diario no nació con rostro simpático. Su salida nada tuvo que ver con el periodismo, ni con guerras, política, cultura, deportes o farándula.

A la entrada de su recepción en la calle Paseo de los Periodistas, donde lleva cuarenta y nueve años ininterrumpidos como sede, existe una vieja maquinaria de principios del siglo XX que se enciende, cada primero de agosto. En ella se imprimen, de forma automática, reproducciones de la primera edición de ese periódico para repartirlas entre visitantes y allegados.

En ese pedazo de papel solo aparece el horario de entrada y salida de los barcos que arribaban al puerto de Santo Domingo, junto a los productos que traían consigo.

Ese tipo de información motivaba a los propietarios de dichas embarcaciones a anunciar la llegada de mercancías al puerto dominicano, pasajeros a bordo, y el día y hora de su partida para atraer o despedir a potenciales clientes.

Esta decisión mercadológica fue necesaria para generar anuncios suficientes que sufragaran el costo de impresión y distribución del referido pedazo de papel, por una sola cara, que se expendía al pregón por las calles cercanas al puerto de embarque y descarga. Así transcurrieron los primeros números del diario las cuales permitieron acumular moderadas ganancias para ampliar, poco después, su contenido.

En poco tiempo aquel impreso aumentó de tamaño y grosor. Priorizó bodas, cumpleaños, onomásticos y anuncios comerciales de todo tipo en busca de ingresos.

El nacimiento de Listín Diario fue comercial. Y en sus inicios no se requerían profesionales de la comunicación. Con el paso de los meses, la empresa generó empleos, aglutinó profesionales probos en distintas ramas del saber, canillitas y cobradores. Acumuló recursos para ampliar su plantilla, creo otros productos vinculados al diario, renovó equipos e incorporó adelantos tecnológicos propios de la época.

Toda esta historia se relaciona con los orígenes de Listín Diario, muy vinculados con las leyes de la oferta y la demanda, gracias a la visión de su fundador, a finales del siglo XIX. Después, y aunque era un medio informativo, incorporaba en sus primeras páginas artículos de fondo de intelectuales y políticos famosos como el cubano José Martí, el boricua Eugenio María de Hostos y el “padre de la prensa domimicana”, José Gabriel García, entre otros.

No le tengo miedo al dinero. A lo que sí le temo es a la forma de obtenerlo. El dinero es la única vía para sobrevivir. Sin embargo, no todo dinero viene de manos onerosas. Y la forma de obtenerlo, menos. Hay que saber olfatear su procedencia y uso. El dinero público no admite gratuidad. Quien desea vivir en paz consigo mismo le vira las espaldas cuando llega manchado de humedad. El privado puede resultar menos anestésico, sobre todo cuando se abre una cartera en busca de atraer alguna gestión por un valor a veces inferior al servicio prestado. Todo depende del ángulo desde donde se mire. El dinero no es compatible con cartas marcadas en busca de bienaventuranzas.

El dinero sale por la misma puerta por donde entra. No nos engañemos: a veces su salida lleva un ritmo superior al de su entrada. Eso no significa pasar frente a él como quien cruza por una calle llena de personas con guardan a buen recaudo sus íntimidades respectivas.

Se acaba de celebrar el Día Internacional del Libro y la Lectura en un mundo donde se ha perdido el hábito de “consumir” textos impresos. A las personas les gusta hoy “ver” y no “leer”. Las librerías quiebran, las tiradas se reducen.

Y lo que es peor: el valiente que entra a una librería observa primero el grosor de un libro antes que su precio. Una obra impresa de más de trescientas páginas no tendrá la misma lectoría que otra de cien. Y los de mil páginas solo van a la cuenta de su autor.

El nivel de vida ha descendido hasta extremos insospechados. Adquirir un libro hoy significa no asistir a un concierto o pasar por alto una cena para dos personas en un restaurante más o menos decente.

Y no se vislumbra una luz al final del túnel. El libro, gestor de mundos disitintos y personajes desiguales que pululan por las calles, esperando ser descubiertos, solo tiene fecha nominal, limitada, bucólica.

Con un bizcocho se puede celebrar el Día de las Madres, lo mismo que una cena o un televisor sin estrenar. Igual sucede con el Día del Padre, del abuelo, del periodista, del médico, del maestro, del arquitecto, del ingeniero y otras fechas que transcurren sin penas ni glorias.

Por el Día Internacional del Libro se regalaban textos como homenaje a la ilustración individual. Similar obsequio se practicaba en Navidad, cuando filántropos como el extinto director de Listín Diario, Rafael Herrera, pedían a los lectores que en vez de un litro, regalaran un libro.

Pero hoy, como dice el poeta: “el mundo en que vivimos se parece al cantor de a porque sí, / ese que piensa que el timbre de la voz es lo menos que importa”.

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